Por Mochi-Lin
Múltiples actividades que realizamos cotidianamente, suceden en espacios en común: universidades, escuelas, gimnasios, oficinas, supermercados, plazas, hospitales, espacios de entretenimiento, reuniones sociales, hasta esperar el colectivo, tren o subte en filas interminables o cortas. Un corte abrupto de nuestras rutinas se hizo realidad con la expansión del coronavirus, pandemia mundial que nos condujo a (la mayoría de) la población a permanecer en cuarentena. Cabe entonces preguntarnos cómo este distanciamiento social trajo consigo cambios decisivos en el modo de sentir/pensar/vivir/el cuerpo. No es menor aclarar que sería difícil abarcar la infinidad de situaciones particulares que se dan en relación a temas económicos, psicológicos, de entorno y cultura; por lo que la perspectiva de este ensayo es fuertemente atravesada por mi mirada subjetiva.
La comunicación entre las personas adopta el medio de la virtualidad. Si tenemos en cuenta los casos de gente viviendo sola, las pantallas es su único recurso para conectar con otros. Claro que es permitido salir a la calle (con ciertos protocolos de seguridad sanitaria y restricciones) para hacer las compras, pero la socialización es distinta, la distancia esta fuertemente marcada y sólo nos queda mirar los ojos de otra persona como si su rostro tapado nos transmitiera cierto misterio, cierta barrera. Y si suponemos una situación en la que no contamos con internet ¿qué contacto nos queda?
Pasamos de poder llevar nuestro cuerpo de un sitio a otro, a tener que mantenerlo resguardado, distante, “seguro”. Nuestros entornos cargados de interpelación emocional y social, se redujeron a nuestros espacios íntimos donde mantenernos entretenidos puede suponer un reto, o una reconexión con lo que antes era postergado por “falta de tiempo”. Ahora, despojados de rutinas movilizadoras, parece más difícil mantener actividad física. Y no es nada nuevo ya que una de las opiniones más populares es la que hace alusión que durante esta cuarentena la actividad física se redujo a cero, o que como nos encontramos comiendo bastante (ya sea por cuestiones de nervios o quién sabe) vamos a salir de la cuarentena “más gordos/gordas/gordes” o el popular “no llego al verano”. Independientemente del claro discurso gordofóbico que sigue reproduciendo ideales de belleza superficiales, ¿en qué medida hay una relación entre cómo vivimos nuestro cuerpo y el entorno en que nos encontramos? ¿necesitamos de un gimnasio o influencia de otros para mantenernos en forma? ¿la imagen de nuestro cuerpo toma más relevancia si estamos en sociedad que si estamos en la privacidad de nuestras casas? Esto último puede ejemplificarse con el hecho de que muchas personas sigan la moda de “renovar su hairstyle” porque total la cuarentena va para rato... ¿De qué manera le damos importancia al estado de nuestro cuerpo?
También se puede tomar una postura más zen, y reconectar cuerpo-mente-alma para encontrarnos en paz con la situación que estemos atravesando. Esto no sólo implica hacer yoga o pintar mandalas, sino encontrar eso que nos reconforta, nos alivia, nos equilibra. Y es que a la hora de no verte interpelado por emociones o actitudes ajenas, ¿cómo reconectar con tus sentidos, tus deseos, tus ideas, tu cuerpo? La respuesta depende de cada uno, pero es claro que uno se encuentra en una situación bastante particular en la que muchos empiezan a conocer quiénes son y cómo se comportan de puertas para adentro.
Por lo tanto, es importante cuestionarnos cómo vivimos nuestro cuerpo actualmente, qué cambió respecto a antes de la cuarentena, y si es conveniente para nuestra salud tanto física como mental. Por otro lado, el disponer de un espacio reducido, distinto y privado puede motivarnos también a experimentar otras formas de sentir nuestro cuerpo, de cuidarlo y de entender para quién lo hacemos: si para el resto o para nosotros mismos.
Si llegaste acá es porque te interesa el contenido cultural con otra perspectiva. No te pedimos dinero, sino que compartas las notas que más te gusten con tus círculos sociales.